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En vista del auge que ha tomado recientemente en Balmaseda la Guerra de la Independencia, con la presentación, el pasado día 29 de setiembre del libro “Larga lucha por la libertad”, de nuestro activo paisano, Juan Tomás Sáez Iturbe, Pikizu, y la recreación y representación del día 9 de este mes de noviembre, de la Quema de Balmaseda por los franceses en 1808, es interesante relatar algunos sucesos que tuvieron por marco a nuestra Villa durante ese largo conflicto, que sin ser tan relevantes como las grandes batallas, forman parte del vivir cotidiano y pueden resultar incluso anecdóticos, a pesar de la gran tragedia que supuso para sus vecinos y vecinas.
Cuando Balmaseda fue arrasada y quemada el 8 de noviembre de 1808 por la brigada holandesa que mandaba el general Chassé, estaba de alcalde Martín de Artiñano, quien huyó de Balmaseda junto con otras autoridades, lo que dio pie a que algunos se aprovecharan del vacío de autoridad existente para realizar saqueos y acaparar poder.
Es el caso de Pedro de Alcántara Espínola, empleado en la Aduana de Balmaseda con el grado de cabo primero, ascenso conseguido como recompensa por haber denunciado algunos fraudes de sus paisanos, quien se autoproclamó alcalde después de haber desvalijado la tienda quemada del comerciante Martín de Urbina.
Pedro de Alcántara era amante de Joaquina García, viuda de Martín de Abasolo y dueña de una posada, la cual tenía mala fama ya que había sido condenada anteriormente por alcahueta y por cometer varios robos.
Joaquina, con sus cinco hijos, se instaló junto con el reciente alcalde en la casa consistorial, en la que también alojaron al presbítero, al boticario con su familia y a unas señoras de Zaragoza que por circunstancias se hallaban en Balmaseda. Todos ellos y ellas con la disculpa del incendio y destrucción de sus casas, viviendo de los saqueos hasta el regreso de Martín de Artiñano, el alcalde legítimo, que todavía pudo recuperar parte de lo saqueado.
El juicio por todos estos actos se llevó a cabo en octubre de 1809 y Pedro de Alcántara alegó en su defensa que el saqueo no fue tal, sino intentar salvar los géneros antes de que se quemaran y que respecto a Joaquina, que no sólo él la frecuentaba, sino que también muchos de los ilustres varones de la Villa.
Pedro de Alcántara fue condenado a seis años de presidio, Joaquina García a cuatro años de galeras y Martín de Artiñano fue amonestado por su pasividad y amenazado con su destitución.
Alcántara fue liberado en 1812, en una de las tomas de Bilbao, por el general Mariano de Renovales, nacido en Artzentales. Se incorporó a la lucha en las guerrillas y encontró la muerte luchando contra los franceses.
Tras el juicio, a Martín de Artiñano no le abandonaron los problemas, ya que en diciembre de 1809, su hijo, junto con algunos otros mozos balmasedanos se unieron a las guerrillas, lo que suponía una serie de represalias para sus familias y más siendo una de ellas la del alcalde.
Pero mientras unas personas se iban, otras venían, como fue el caso de Julián Rodero, madrileño de 33 años, desertor de los miqueletes en Álava, que tras recalar en Portugalete acabó en nuestra Villa, trabajando como zapatero, hasta que fue detectado y entregado por el alcalde Artiñano en agosto de 1809.
Hablando de zapateros, este gremio debía de ser por entonces muy importante en Balmaseda, ya que en setiembre de 1811, se le realizó un pedido de 600 pares mensuales de zapatos para la guerrilla de Francisco de Longa, a 20 reales el par, con la condición de que llevaran tachuelas para un mejor agarre en los accidentados terrenos en los que se movían. Hay que tener en cuenta que un guerrillero gastaba por término medio, dos pares al mes, de unos zapatos bastante malos que no diferenciaban el pie izquierdo del derecho.
Miguel Ángel Álvarez